Amor sive Natura

Los hombres, y entre ellos los de visión más profunda, es decir los “románticos”, han hallado en el Amor el sentido (y también el sinsentido) de la existencia. Al Amor debemos el que “haya” mundo, y que, “en” el mundo, existan la poesía, la filosofía 1, el arte y la ciencia.

El Amor ha estado siempre acompañado de las nociones de pathos (pasión-afección) y póiesis (producción inmanente o deseante). El es el nombre del Ser, de la energía, del élan (impulso) vital.

Hesíodo coloca a Eros, el Dios-Amor, al principio de su Teogonía, después del Caos y de la Tierra, como el Dios creador del mundo.
Los órficos son de igual parecer. Un poema tardío, atribuido a Orfeo 2, nos relata que “(Eros es) el poseedor de los resortes de todas las cosas, esto es, de la bóveda celeste, del mar, de la tierra y de cuantas respiraciones produce la diosa que produce frutos verdes”. Eros, además, es el subyugador de dioses y mortales, quienes son afectados por la pasión amorosa y, de este modo, son llamados a producir, a engendrar. Sólo Psyché, el Alma, ha sido capaz de conquistarlo; y a tal punto, que acabó haciéndola su esposa y convirtiéndola en “Inmortal”.

Parte del Eros hesiódico se traslada hasta Parménides 3, con quien comienza la ontología (la indagación por el Ser y la Verdad). Pero es, a todas luces, Empédocles quien realmente le da un estatuto, si no ontológico, al menos cosmológico-metafísico, al identificarlo con la más perfecta armonía , el Sphairos, aquello que todo lo reúne y en lo que todo es reunido; y también, con el brotar de la physis , que, de las manos de la diosa Afrodita, se extiende a todos los entes, colmándolos de divinidad. Con Platón el Amor conserva la misma fuerza. Aunque despojado, aparentemente, de la physis, es pathos y póiesis, y ocupa el papel principal en su teoría del conocimiento, -y en la mayéutica socrática-, como aquello que hace que la tarea del filósofo sea realmente un “ayudar a dar a luz”. Con Plotino, es la cópula entre psyché y nous pensamiento.

En el cristianismo, el Amor, entendido anteriormente como eros, pasa a ser charitas (caridad). Pero ni sublimado de esta manera pierde su fuerza. El Amor constituye el máximo acercamiento a Dios (“Dios es Amor” 4): el Maestro Ekhart dice: “lo bueno del amor es que me fuerza a amar a Dios”. La charitas sigue siendo pathos (“amaos los unos a los otros”); y póiesis, en tanto el Misterio de la Santísima Trinidad descansa en la Inmaculada Concepción. En el Renacimiento, el Amor puede respirarse por todas partes: está en los escritos de Giordano Bruno, en los de Tomasso Campanella, en los de Telesio; puede ser admirado en su literatura, en su música, en su arte... El Renacimiento es la gran boda del mundo, el momento de mayor divinización que conozcamos. Y no por casualidad es también la era de todas las revoluciones: el Sol deja de girar alrededor de la Tierra, la Tierra deja de ser el Centro del Universo... El Renacimiento constituye la auténtica resurrección del Amor, el retorno a aquello que, anteriormente, hombres inconmensurablemente grandes llamaron Uno-Todo. En los comienzos de la Modernidad y del Racionalismo, Spinoza 5 dice que la cupiditas (el deseo) “es la esencia del hombre”, cuya máxima aspiración es el Amor Itellectualis Dei (Amor intelectual de Dios). Alma y Cuerpo son poder de afectar y de ser afectado. La composición o descomposición de los seres reside en este poder, según las pasiones en las que éste se vea comprometido sean alegres o tristes. Se trata de lograr un umbral de afecciones cada vez mayor, de producir relaciones de composición entre los cuerpos, de aprender a amar a través de los atributos (pensamiento, cuerpo...) que nosotros somos de la Sustancia divina o acto puro.

Este Amor, como fuerza vital liberada, es lo que impulsará (otra vez, transformándose, metamorfoseándose) la ascesis romántica: aquella de la cual Goethe dará muestras en su genial Fausto; Hoffman en su Noche de San Silvestre; Hölderlin, en Hyperión, en su Empédocles; por ella, Novalis se internará en la Noche, como Orfeo, para rescatar la presencia evanescente de su Amada. A partir del movimiento romántico, el hombre permanece abierto a todas las cosas desde la desgarradura inagotable de su ser. Ama y es amado. Retorna al mundo. Su esencia es la circulación del Amor universal.

Nuestra contemporaneidad lo hallará en Nietzsche y en Bergson, en quienes la claridad con que, lo anteriormente expuesto, se halla manifiesto es, por lo menos, asombrosa. En Nietzsche, bajo su concepto de amor fati (amor por el acontecimiento), cuya explicación es el mundo mismo, entendido como Voluntad de Potencia y Eterno Retorno e identificado con el matrimonio divino entre Ariadna y Dionisos 6. En Bergson, cuando dice que “(el Universo) es aspecto visible y tangible del amor y de la necesidad de amar”. Y es que, a través del Amor, las cosas son; pues son, en tanto aman, expresión del Amor que expresan. En el Amor, como Giordano Bruno dice: “en nada se diferencian la potencia del acto puro”. El Amor es pathos, en tanto todo afecta y es afectado de Amor. Es póiesis, pues todo lo genera y es generado por todo. Y es el Ser de cuanto “es”, ya que todo se da por su intermedio y regresa a su seno.

El Amor es el poder transformador del mundo, nuestra posibilidad de ser; porque en el mundo -como el mundo mismo-, sólo es, sólo persiste, quien se transforma: sólo es libre quien ama.





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Notas:
1 Heidegger, Martin Qué es eso de filosofía? Ed. Menfis, Bs. As., 1992, pág.30
2 [Orfeo] Himnos órficos Ed.Gredos, Bs. As. 1990 (El subrayado es nuestro).
Jaeger, Werner: La teología de los primeros filósofos griegos. Cap.II y ss. Ed. Fondo
de Cultura Económica, Bs. As., 1998
4 Juan 1 IV 7-12
5 Spinoza, Baruch: Ética Ed. Fondo de Cultura Económica, Bs. As. 1998
6 Nietzsche, Friedrich: La Voluntad de Poder “1066” Ed. Edaf, 1977